Érase una vez un rey al que el dios Dionisos le concedió un deseo. Midas, que así se llamaba ya era muy rico, pero quería serlo más, así que pidió que todo lo que tocase se volviera en oro, y así fue. Midas tocaba una piedra y se volvía oro, tocaba una mesa y se volvía oro, y así fue jugando volviendo oro todo lo que tocaba, pero cuando tuvo hambre y sed comprobó que no podía comer, pues el pan, la fruta, el agua, todo se volvía oro, que no es comestible. Después de muchos días pasando hambre y sed decidió volver a dirigirse a Dionisos rogándole que anulara el encantamiento, y así lo hizo Dionisos. Midas se convirtió entonces en un amante del campo y un poco anacoreta. Cuenta Ovidio en su Metamorfosis que un día que estaba paseando por el monte Tmolo oyó un sonido delicioso. Era Pan que estaba tocando la zampoña, instrumento musical de viento que había inventado cuando perseguía a la ninfa Siringa. Midas que ya lo conocía las habilidades musicales de Pan pues paseaban muchas veces juntos por el bosque le comentó que esa tarde estaba especialmente inspirado y que su música era comparable a la de Apolo. En esto que le oyó Apolo, al que le gustaban mucho los concursos y los retos, se ofreció a tocar con su lira y que el mismo monte Tmolo hiciera de juez de la competición. Tmolo que no era tonto y sabía que contradecir a un dios podía ser nefasto, decidió que la música de Apolo era la más divina y fantástica, como no podía ser de otra forma. Apolo quedó contento, pero entonces oyó rezongar a Midas, que para él la decisión no era justa, que Pan tocaba mejor. Apolo entonces se dirigió a él diciendo: No tolero que esas necias orejas conserven la forma humana, que tomen prestadas las orejas de un borrico de lento caminar. Y así Midas por tonterón desde entonces luce orejas de burro, y aunque las esconde con un gorro de capurucho todo el mundo sabe que las tiene.
Rubens nos muestra a Apolo en el momento que señalando a Midas dispone que le salgan orejas de burro, entre ellos está el anciano monte Tmolo y Pan tocando la zampoña. En los bocetos la soltura y espontaneidad de la pincelada es asombrosa, muestran el dominio y conocimiento de la figura humana que tenía este gran artista y además contemplados ahora, en nuestro tiempo, adquieren un valor y una modernidad que no la tienen las obras definitivas, de mucho mayor tamaño y que en su mayor parte son obras de talle, no de su mano como los bocetos. De este boceto realizó un lienzo J. Jordaens de 180x270 cm. que forma parte de la colección del Museo del Prado.