El proyecto Las puertas del cielo responde a la parte visual de la investigación que estoy llevando a cabo sobre la línea de horizonte: su representación en la pintura occidental y su significado icónico como metáfora del límite. La investigación tiene dos vertientes por una parte el objeto de la metáfora y por otra la forma que adquiere la misma.
La percepción de una pintura es el resultado de varios factores, entre ellos la tradición cultural y visual. Cuando los antiguos observaban el mundo tomaron buena nota de una diferencia clave entre el reino celestial y el terrestre. Mientras que la vida en la tierra estaba marcada por el cambio y la incesante mutación, los cielos parecían poseer un orden intemporal que sugería la eternidad misma. El cielo era un vasto y lejano espacio más allá del alcance humano, lugar donde colocaron la residencia de sus dioses.
Desde entonces la línea de horizonte ha representado el límite entre el reino terrenal y el celestial, entre lo que se ve y lo que no se ve, entre lo que es y lo que no es. Durante la historia del arte occidental la recuperación del sentido trascendente de los cielos ha marcado algunas épocas, como la pintura religiosa barroca, estando entre los orígenes del paisaje romántico como expresión del sentimiento de lo sublime, y visible también en la reinvención de la línea de horizonte como límite -ahora no sabría decir entre qué- de las últimas pinturas de Rothko.
La forma en que se ha dibujado la línea de horizonte responde a una manera de sentir el espacio físico y pictórico de cada época propia de unas condiciones culturales específicas. No siempre se la ha pensado como rigurosamente horizontal, fruto de la influencia de la perspectiva y la fotografía; también ha sido entendida como circular en diferentes momentos de la historia del arte, por ejemplo en la pintura renacentista flamenca. Unos siglos después las vanguardias históricas volvieron a repensar el horizonte como reacción al imperio de la perspectiva clásica. Así los cubistas lo aproximaron, delimitando el espacio hasta traerlo a primer término e identificarlo con la superficie pintada, los futuristas italianos situaron el punto de vista en el interior del objeto -no querían estar delante sino dentro-; también el suprematismo se posicionó, relegando al infinito el vértice de la pirámide visual propio de la perspectiva (en palabras de El Lissitsky, el suprematismo: “Ha desfondado la azul pantalla del cielo… ( para poder) … ser configurado sea hacia adelante, hacia fuera de la superficie, o bien en profundidad”). La posición “artística” ante el horizonte y su representación continúa siendo objeto de reflexión visual y gráfica entre algunos artistas e arquitectos actuales, como Jan Dibbets y Zaha Hadid.
Por otra parte entiendo que una obra gráfica o pictórica es la imagen rígida y silenciosa de un momento que se enmarca dentro de un proceso de reflexión, y que la obra final es pausa en el desarrollo y no meta endurecida. Como parte de este proceso deberían entenderse estas obras.
En Las puertas del cielo vuelvo a reflexionar sobre la majestad trascendente de los cielos especialmente en el atardecer, cuando además del límite espacial del horizonte se puede contemplar el límite temporal del día y la noche, representando crepúsculos vividos que corresponde a situaciones geográficas bien definidas, referidas en el título mediante las coordenadas.
Carmen Marcos