El horizonte en Ovidio entre los escitas de E. Delacroix
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Ovidio llevó una vida desahogada en Roma, repartiendo el tiempo entre la vida mundana y la composición de sus poesías. Pero en el año 8 d.C. esa existencia urbana acabó bruscamente. Augusto lo desterró a Tomis, a orillas del mar Negro, actualmente una pequeña ciudad llamada Constanza, en Rumanía. Ya nunca pudo volver a Roma, y murió desterrado y olvidado en el año 17 d.C. Pero la diosa Fama escuchó el epílogo que poco antes de su exilio había escrito en su Metamorfosis[1]:
“Ya he culminado una obra que no podrán destruir
ni la cólera de Júpiter ni el fuego ni el hierro ni el tiempo voraz.
Que ese día que no tiene derecho más que a mi cuerpo,
acabe cuando quiera con el devenir incierto de mi vida;
que yo, en mi parte más noble, ascenderé inmortal por encima
de las altas estrellas y mi nombre jamás morirá, y por donde
el poderío de Roma se extiende sobre el orbe sojuzgado, la gente
recitará mis versos, y gracias a la Fama, si algo de verdad hay
en los presagios de los poetas, viviré por los siglos de los siglos.”
¡Soberbio!
Aunque no se conoce el porqué, no es de extrañar que sufriese la “relegatio”, pues estos versos ningunean al César y se atreve hasta con Júpiter. Imaginamos cómo podía sentirse Ovidio entre los bárbaros, en un país donde el clima es mucho más hostil que en Roma y sin ciudadanos cultos que pudieran discutir y comprender su obra. ¡Un hombre que escribió eso!
Delacroix lo imagina en actitud melancólica pero bien atendido por los escitas (imagen 1), que le alimentan con leche de yegua. Es fantástico cómo, no sólo los personajes, sino que todo el cuadro respira amabilidad; y sin embargo parece que la muerte planee por toda la escena y que las ofrendas que recibe Ovidio sean un adelanto de las que recibirá tras su muerte. No sólo es opinión nuestra, Sébastien Allard, en el catálogo de la exposición de Caixaforum de abril de 2012, dice que en un dibujo preparatorio, actualmente en una colección privada, Delacroix escribió unos versos del episodio de los funerales de Patroclo extraídos de la Ilíada (... todavía más fantástico... ¿por qué interpretamos lo mismo antes de saber esos detalles?). Es decir que verdaderamente la idea de la muerte estaba en la cabeza de Delacroix cuando hizo esta obra, la última que expuso en el “Salón” en 1859, y posiblemente la última que pintó.
De esta obra dice Allard:
“La manera en que se construye el lienzo aumenta, por la impresión de lejanía, el grandioso panorama y el alejamiento de las figuras, el sentimiento de estar entre dos mundos, en un espacio fronterizo de lo real. Delacroix, con su gran paisaje, al término de una dilatada carrera, rinde homenaje a Nicolas Poussin. “Es lo finito en lo infinito- ¡Es el sueño!”... (escribió Boudelaire en su obra “Salón de 1959)[2]”.
Lo que parece, es que más que estar entre dos mundos, Ovidio está tan, tan lejos de cualquier otro mundo que lo sabe inalcanzable. Y esa sensación la consigue Delacroix mediante la perspectiva atmosférica pintando una sucesión de montañas, que van del verde al azul cada vez más claro que, a modo de cuñas, dirigen la mirada hasta la última, casi del mismo color que el cielo. Esta perspectiva atmosférica es una estrategia pictórica que reproduce un hecho de la visión, que ya se usaba en la Edad Media, y constituye una de las más antiguas convenciones en la pintura: la de las tres profundidades, aunque fue Leonardo el que le puso nombre (también la llamó perspectiva “di perdimenti”) y quien la aplicó rigurosamente. Aquí Delacroix pinta este panorama seducido por el color y abandonándose a la libertad de la pincelada y a su ritmo, dando a la composición una cualidad atmosférica y expresionista. Sin esta sucesión de horizontes, de perfiles montañosos que se pierden la lejanía, más y más lejos, que hacen el mundo interminable, Baudelaire no podría haber escrito comentando este cuadro “Es lo finito en lo infinito”, aunque yo diría también que es lo infinito en lo finito.
¿Verdad?
[1] Ovidio. Metamorfosis. Traducción de Antonio Ramírez y Fernando Navarrete. Alianza Editorial. Madrid, 1995.
[2] Caixaforum....